Subí al transmilenio (sistema de buses articulados de transporte másivo en Bogotá) y busqué un asiento con la mirada. Me di cuenta de que un
anciano sentado junto a la ventana puso su mano en el asiento vacío que estaba a
su lado para que no me sentara allí. Me hizo gracia y por lo mismo me senté
justo detrás de él. Lo observé con cuidado. Su cabello, además de escaso, era
completamente blanco. Cada vez que alguien subía, hacía el mismo gesto y se
salía con la suya. Toda una leyenda.
Que todos o casi todos preferimos que nadie
se siente a nuestro lado en el autobús, en el tren y en el metro es un hecho,
pero no pasa de ahí, uno se aguanta o está tan ensimismado que le da igual. A él
no le daba igual, no estaba dispuesto a aguantarse. Me pregunto si algún día
llegaré a ese nivel de rechazo a la compañía. Espero que no, no creo. Como sea,
era de noche, y era una noche linda, acababa de hablar con quien me arruga el corazón constantemente, era el último servicio expreso, estaba cansado aunque no había hecho gran
cosa, en realidad había tenido un día más bien aburrido, no esperaba nada de un
viaje relativamente corto de regreso a casa en transmilenio. Pero lo encontré a él y su sola
existencia me alegró y tuve un viaje entretenido hasta el portal de buses donde debía bajarme. Descubrí entonces que la misantropía puede tener efectos raros como ese.
Jorge, siempre me va a encantar esa forma en la que escribes... me saca de casillas que me malinterpreten, esto dice MUCHO DE TI, de tu esencia, de quien eres, y nada espero que durante mucho tengas éste espacio, me anima encontrar anécdotas tan cálidas... :D
ResponderEliminar