viernes, 16 de diciembre de 2011

TRANSEÚNTE EN TRANCE


 La manera más directa y real de recorrer la ciudad, por supuesto, es caminándola; y cuando esto se hace con la mente transparente, aparecen revelaciones que nos dicen lo que somos o lo que hemos dejado de ser.

Calle 73 con 12: un par de celadores azuzan al perro de la cuadra para que devore una rata de alcantarilla que ha tenido la mala fortuna de salir al mundo de la superficie a ver cómo están las cosas… y las cosas no están bien, porque el perro ni la devora, ni la deja en paz; tan sólo juguetea con ella, para obtener la gracia de sus amos, que no lo son. La rata, para sorpresa de todos los animales presentes, se yergue en sus patas traseras y chilla ratunamente, como queriendo decir “¡no me jodan más la vida!”. Ellos entienden el mensaje, y la ven alejarse hacia su guarida de desperdicios.

Calle 39 con 17: dos extraños cruzan la calle, en sentidos contrarios. Ella carga un par de pesados talegos que le tienen los dedos amoratados. Dignamente mantiene su caminata, sin detenerse un solo instante. No sólo le pesan los talegos; la vida también. Sus ojos denotan un tedio infinito que nada parece poder apagar… excepto los ojos ese extraño que viene del otro lado de la acera: un hombre con cara de pocos amigos… y ninguna amiga. Algo le ha dicho la mirada de ella… y trata de retenerla, a ver si sus vidas cambian súbitamente… pero no: siguen derecho hacia la otra orilla, hacia el resto de sus vidas. Alguno de los dos voltea, a ver qué… pero no… nada.

Calle 19 con 9ª: un raponero acaba de ser atrapado in fraganti con lo robado en los bolsillos. Para imponer justicia, a la vieja usanza, tres ciudadanos de bien lo muelen a patadas, mientras él grita desesperado, como niño chiquito, arrepentido de su pecado-delito que tanto molesta a este trío de desconocidos, que, por arte de violencia, se hermanan por un minuto de patacera. Lo hacen con metodología, como siguiendo el protocolo. En sus caras se ve el color de la sublimación. Todas sus frustraciones se esfuman mientras el raponero recibe su merecido. Llega la policía. Todo en orden… “¡Circulen, circulen!”

Calle 41 con 23: un habitante de caños se acicala, mirándose en un trozo de espejo que posa sobre el césped. A sus pies, corre el río Arzobispo, llevando zapatos, cáscaras, perros muertos y mierda humana. A él no le importa, porque está puliendo su pinta para una cita vespertina. Ella le hará olvidar sus carencias compartidas por unas horas. El tiempo está detenido para este hombre que contempla en el espejo una mirada esperanzada.

Carrera 15 con 88 (Parque de las Flores): una joven más o menos hermosa que cualquiera espera el bus o el transbordador espacial en el andén, como tantos otros días. El sol de las 4 de la tarde cae sobre las fachadas occidentales de casas y locales. Nada especial. De pronto, un anciano, sentado detrás de la esperadora de vehículos, arroja unas migajas de pan a los pies de ella. Ninguna sorpresa. A los pocos segundos, media docena de palomas rodean a la mujer, presa de la inevitable espera… y revolotean a su alrededor, hambrientas de pan roto. El aleteo palomar levanta la falda de la mujer. El anciano contempla el espectáculo y sonríe, complacido por su dosis de erotismo gratuito.

Si estos puntos disímiles de la ciudad los hubiera recorrido en algún vehículo, probablemente habría pasado por alto lo descrito. Aunque no lo hubiera atestiguado, habría sucedido naturalmente… u otros ojos lo habrían contemplado sin conmoverse con la humanidad que aún circula por ahí.

Abran los ojos, cierren las consciencias… y la verdad estallará en la cara.

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